sábado, 4 de julio de 2015

Los enemigos de Poncio Pilatos

 Tengo una teoría que es que todas las personas, por limpias que sean, tienen algún pequeño hábito que para otros es una “guarradilla”. No obstante, en China, el problema es que la situación queda invertida, y la falta de higiene es la regla general, mientras que la pulcritud es la excepción.
Al final no es culpa de ellos, porque la higiene no es algo innato, es algo que te tienen que enseñar y muchos no han tenido la oportunidad de aprender, incluso hoy en día en las escuelas no existe una buena educación en ese aspecto. Por ejemplo, mi amiga americana, que era profesora de inglés para niños en una academia privada, llevaba a sus alumnos, de unos cinco o seis años al baño al final de la clase. Una vez terminaban sus “asuntillos”, lógicamente, hacía a los niños lavarse las manos. Pero, un día, uno de los alumnos se quejó y le dijo que otra de las profesoras (que por cierto era china, pero capaz de hablar un perfecto inglés británico, muy pijo), les decía que no se las lavaran. Mi amiga, creyendo que se trataba de un malentendido, fue a aclararlo y la profesora china le explicó sin parpadear que era la política de la escuela. Los padres pagaban mucho dinero por las clases y no se podían permitir perder el tiempo en lavar las manos a los niños después de ir al baño porque suponía menos tiempo de enseñanza. Así que ya sabéis, si queréis ver a vuestros niños en futuro decir en perfecto inglés británico de Kensington “Querido Mortimer, temo que mi tumefacta y gangrenada mano está a punto de caerse ¡Cuán inoportuno!” pedidme referencias de la profe china con acento pijo y del director que instauró esa política.
Lo de considerar el lavarse las manos después de ir al servicio como algo opcional no es algo aislado, en China sucede en todas partes. Cuando me aventuro a ir al servicio en este país – y al decir “aventuro” estoy hablando con propiedad- me doy cuenta de que casi nadie “hace el Poncio Pilatos” y ya no hablemos de usar jabón. He visto de todo en los baños chinos: dejar la puerta totalmente abierta, escupir, hablar por el móvil, no tirar de la cadena, dejar la carne de la compra sobre un suelo empantanado de aguas negras en una bolsa de plástico tan fina que podía ver a la triquinella* frotarse las manos (eso sí, sin lavárselas tampoco, que era triquinella china).
Y es que la falta de limpieza se aprecia en todas las facetas de la vida y tan arraigada como la cultura. Por ejemplo, si vierais las aulas de mi escuela de chino comprobaríais que hay manchas que datan de la dinastía Ming.
Los mercados tienen que ser un foco de infecciones, pero es que incluso los supers que cuentan con más medios muestran un nivel de suciedad propia de la casa de los tres cerditos, si los tres cerditos fueran universitarios compartiendo piso. Una vez, casi recién aterrizada en el país, vi un episodio que me marcó. A un señor se le rompió la bolsa de gambas congeladas a granel. Las gambas cayeron a la cinta transportadora -que encima estaba de porquería que crujía- y el hombre, para solventar el problema, decidió que era una magnífica idea pedir a la cajera que le diera la bolsa donde tenía las monedas de cambio, para poner allí las gambas (el señor sabía que era dinero limpio). Por cierto, ¿sabéis que respondió la cajera? “No puedo dártela porque la necesito, pero ahí, donde la fruta tienes más bolsas de plástico”. ¡Es que a cual más sucio! Lo ve Poncio y le da un soponcio.
Ropa tendida en un Hutong. La ropa no puede arrejuntarse,
pero unos buenos polvos de callejón están permitidos.
A eso lo llamo yo doble moral.  

De todos modos, pese a que esta falta de higiene es palmaria, hay cosas en las que nos consideran sucios a nosotros, por ejemplo en lo relativo a lavar la ropa. Una vez se me ocurrió admitir en clase que tengo cesto de la ropa sucia y me miraron como si coleccionara globos oculares en salmuera. Para ellos esperar un día o dos y acumular suficiente cantidad como para llenar la lavadora es un crimen de Estado. Y además si en el cesto hay ropa interior y calcetines, ello constituye agravante, pues las mudas y medias hay que lavarlas, cada noche, a mano y separadamente, es decir, pieza por pieza -que no se junten tus calcetines con los de tu marido, no sea que haya un intercambio de fluidos. Una amiga mía, en su casa alquilada, tiene dos lavadoras, la de la ropa del niño, y la de los adultos, y el casero le explicó como algo vital cuál era cuál, no fuera a usarlas al revés porque la ropa de los niños no puede depositarse en un lugar donde en algún momento ha habido ropa de adultos. Se ve que explota... Otra amiga mía, canadiense, fue a dormir a casa de una amiga china, y me contó que esta última se puso muy tensa cuando vio que no ponía en remojo su ropa interior y pretendía irse a dormir. Mi amiga la tranquilizó. Le explicó que tenía de repuesto, y que la sucia la lavaría en su propia casa, al día siguiente. Bueno, tal fue la expresión de horror de la anfitriona que no le quedó otra que ponerse a las doce de la noche a hacer la colada, a mano. Luego lo mejor es que muchos de ellos tienden la ropa en cualquier lugar, en callejones mugrientos, en un árbol junto a la calzada...
En fin, en realidad este componente guarri, añade color al país, y olor, y no debiera ser tan crítica. A veces, cuando escribo este blog siento como si traicionara a mis amigos chinos, porque este país tiene cosas maravillosas, y yo me centro en las facetas más negativas, pero es que lo positivo es menos divertido de contar. Y no quiero dedicarme a escribir historias edulcoradas o políticamente correctas. No pienso tratar de lavar mi conciencia, ni mis calcetines que seguirán malolientes en el cesto de la ropa sucia hasta que se forme “quórum” o “chorum” calcetinil, vamos, hasta que la mayoría “bote” a la lavadora con impulso y por mayoría absoluta o hasta que todos canten a capella y como una almeja. 

Autora: La Col-china

* La triquinella no se contrae en aguas empantanadas es una licencia literaria, es que me sonaba mejor que el cólera.