jueves, 30 de marzo de 2017

Saber morir.

Canción de acompañamiento recomendada:"Death with dignity" de Sufjan Stevens

Kerry George Hamil fue un hombre que supo morir. Su historia, infinitamente triste, encierra una bella lección de vida que hoy os quiero contar.
Era el verano de 1978, Kerry tenía 27 años y él y su amigo, el canadiense Stuart Glass, de su misma edad, recorrían el sudeste asiático a bordo del “Foxy Lady”*, una modesta embarcación de segunda mano típica de Malasia, que habían comprado algunos meses antes. Me gusta pensar que, aunque la barca no era nueva, fueron ellos quienes la bautizaron así, huyendo de otros nombres más convencionales como  el “Mary” o el “Rose”, quizá en homenaje a la canción homónima de Jimmy Hendrix. En todo caso, después de realizar algunas reparaciones, se habían lanzado a ver mundo y vivían viajando. En cada nuevo destino descubrían algo nuevo. Me los imagino viendo como las realidades se ampliaban y redefinían en cada lugar que pisaban, como si el mundo fuera un rutilante caleidoscopio en continuo movimiento y ellos tuvieran el poder absoluto de mantenerlo en cambio. Su sueño era ahorrar para poder comprar un barco mayor y, quizá, algún día, dar la vuelta al globo. Para costear esta vida nómada, hacían trabajillos, pescaban y organizaban excursiones.
Kerry escribía a su familia regularmente. Cada vez que llegaba una carta, toda la familia se arremolinaba en torno a la mesa de la cocina y el padre la leía en voz alta. Si cierro los ojos puedo ver su letra de médico describiendo las personas y lugares que se mostraban ante ellos; los olores del aire; el aspecto de la fruta dragón o el sabor del curry; la sensación de libertad al caminar descalzo por los templos. Pienso que también les hablaba del mar, de los reflejos de luz en el agua transparente, de todos sus azules y verdes, de arenas blanco cocaína, las palmeras vagas y de fondos marinos llenos de coral y serpientes.
En julio de 1978, Kerry envió su última carta desde Singapur. Después, él y Stuart se dirigieron a Kuala Lumpur donde pasaron unas semanas. Allí, conocieron al británico John Dewhirst, un profesor de 26 años de espíritu aventurero que amaba escribir y que decidió unirse a ellos, al menos temporalmente. Se cree que, tras dejar Malasia, los tres enfilaron hacia Tailandia. Querían llegar hasta a Bangkok y probablemente, estando en camino, un día de agosto, a causa de alguna tormenta, el Foxy lady, se vio forzada a entrar en aguas camboyanas.
Era mal momento para pasar por aquel lugar. El país estaba sumido en un régimen de terror y, bajo la excusa de instaurar el comunismo, se estaba exterminando a todo al que osara a levantar la mirada del suelo, o fuera acusado de ello. Una de las consignas de Pol Pot, líder del régimen revolucionario, era “vale más matar a un inocente por error que exonerar a un culpable”. Y había que acabar con las familias también, para que no se vengaran; y con los intelectuales, por pensar, por saber. En cuatro años que duró su régimen (1975-1979) un cuarto de la población murió asesinada o como consecuencia de los trabajos forzosos, la hambruna y enfermedades, puesto que los médicos fueron perseguidos también.
Así, cuando los Jemeres rojos divisaron una embarcación extranjera, sospechando que podía tratarse de un barco espía, abrieron fuego y después la abordaron. La suerte de estos tres amigos quedó sellada. Stuart fue asesinado en el acto. Kerry y John tuvieron, si cabe, menos suerte y, tras ser capturados, fueron trasladados a la capital, Phnom Penh, a la prisión S-21, un eufemismo para denominar aquel centro de ejecución, uno de los al menos 150 que existían en la época.  
Y al frente de aquel  lugar, antaño una escuela, se hallaba el Camarada Duch. Este hombre, sumamente brillante en el plano académico, en su juventud había sido un entregado profesor de matemáticas en un pequeño pueblo llamado Skoun. Normalmente esto hubiera sido suficiente para morir bajo el nuevo régimen pero, pese a tal borrón en su historial, tenía la confianza de Pol Pot y poseía la experiencia requerida para el cargo, pues había atravesado un calvario similar al que ahora iba a administrar. Hacía años, él mismo había sufrido torturas y un encarcelamiento injusto por sus ideas comunistas. Puede que fuera durante este periodo cuando le despojaran de toda humanidad, quizá no supo escapar del cliché de la víctima convertida en verdugo.
De lo que no hay duda es de que el camarada dirigía el lugar con puño de hierro y se encargaba de que sus nuevos “pupilos”, los futuros guardas de prisión, muchas veces casi niños, seleccionados entre los campesinos “más puros” -sin ningún vínculo con la burguesía- se prepararan para destrozar la razón a golpes, no dudaran en aplastar cabezas y aprendieran a arrancarse la piedad del alma tira a tira. Una vez “convertidos”, aplicaban las técnicas estudiadas sin vacilar, descargas eléctricas, forzamiento a la ingesta de heces, golpes...pero nada que comportara la muerte inmediata. El objetivo era causar dolor a los prisioneros sin “perder  maestría”, es decir, sin acabar con sus vidas, al menos no hasta que confesaran. Después, tras lograr sus declaraciones, les daban muerte, pero sin malgastar balas, era preferible emplear métodos más económicos como los cuchillazos, los golpes. Las fotos de muchos de estos guardas, con sus miradas muertas, se exhiben en la actualidad en el lugar**. Era extremadamente sencillo caer en desgracia. Hasta 563 de los trabajadores del S-21 terminaron siendo asesinados por el régimen y, muchos de ellos, incluso acabarían sus días como prisioneros dentro del propio centro. Al igual que al menos otros  12.000 camboyanos*** ; del mismo modo que Kerry y John. Todos desfilaron por aquel infierno sin sentido, sin saber muy bien de qué se les acusaba. La mayoría aguantaba un mes, a lo sumo dos, hasta que, cuando ya no podían más, aceptaban confesar crímenes inventados para escapar de aquel horror, aunque supieran que la única salida era la  muerte.
 Kerry, se sostuvo dos largos meses. Después decidió confesar, pero, aun sabiendo que iba a morir, fue capaz de mantener una gran lucidez mental. En sus declaraciones se aprecian  toques de agudeza e incluso de humor: utilizó su escrito para reírse de sus captores y delató como superiores al Coronel Sanders (de Kentuky Fried Chicken) y al Capitán Pepper, (un guiño al álbum de los Beatles) Asimismo, salpicó el texto con otras referencias a la cultura occidental popular de la época, que a los camboyanos se les escapaban. Y, sobretodo, no olvidó dejar un sutil y tierno mensaje a su madre, Esther, a la que mencionó como profesora de oratoria (“S. Tarr”)****.Sus últimas palabras fueron una perfecto salto mortal con el que se elevó hasta un lugar dónde sus captores no podían llegar, allá donde las luces de la razón brillan.
Por eso, hoy quiero brindar por él con una “panaché*****” (que soy una blandita). Por Kerry, porque supo vivir y morir. Por esos días bajo el sol y esas noches que pasó con sus amigos bebiendo, cantando y nadando en las cálidas aguas de los mares del Sur de China y Andaman. Espero que tuviera oportunidad de bañarse contemplando el plancton luminiscente.

 Autora: La col china.

*Significa algo así como “lady sexy”.
** La prisión s-21 ahora alberga un museo para preservar la memoria histórica.
***(algunos de los ex-carceleros dicen que la cifra se eleva a 30.000
**** S. Tarr se pronuncia de modo muy similar o idéntico a Esther
***** Cerveza con limón, lo que se dice una shandy, una pika,  una clara, o incluso "champú" si hablas francés raro del sur de la France.