Canción de acompañamiento recomendada:"Death with dignity" de Sufjan Stevens
Kerry
George Hamil fue un hombre que supo morir. Su historia, infinitamente triste,
encierra una bella lección de vida que hoy os quiero contar.
Era
el verano de 1978, Kerry tenía 27 años y él y su amigo, el canadiense Stuart
Glass, de su misma edad, recorrían el sudeste asiático a bordo del “Foxy Lady”*,
una modesta embarcación de segunda mano típica de Malasia, que habían comprado
algunos meses antes. Me gusta pensar que, aunque la barca no era nueva, fueron ellos
quienes la bautizaron así, huyendo de otros nombres más convencionales
como el “Mary” o el “Rose”, quizá en
homenaje a la canción homónima de Jimmy Hendrix. En todo caso, después de realizar
algunas reparaciones, se habían lanzado a ver mundo y vivían viajando. En cada
nuevo destino descubrían algo nuevo. Me los imagino viendo como las realidades
se ampliaban y redefinían en cada lugar que pisaban, como si el mundo fuera un
rutilante caleidoscopio en continuo movimiento y ellos tuvieran el poder
absoluto de mantenerlo en cambio. Su sueño era ahorrar para poder comprar un
barco mayor y, quizá, algún día, dar la vuelta al globo. Para costear esta vida
nómada, hacían trabajillos, pescaban y organizaban excursiones.
Kerry
escribía a su familia regularmente. Cada vez que llegaba una carta, toda la
familia se arremolinaba en torno a la mesa de la cocina y el padre la leía en
voz alta. Si cierro los ojos puedo ver su letra de médico describiendo las personas
y lugares que se mostraban ante ellos; los olores del aire; el aspecto de la
fruta dragón o el sabor del curry; la sensación de libertad al caminar descalzo
por los templos. Pienso que también les hablaba del mar, de los reflejos de luz
en el agua transparente, de todos sus azules y verdes, de arenas blanco cocaína,
las palmeras vagas y de fondos marinos llenos de coral y serpientes.
En julio
de 1978, Kerry envió su última carta desde Singapur. Después, él y Stuart se
dirigieron a Kuala Lumpur donde pasaron unas semanas. Allí, conocieron al
británico John Dewhirst, un profesor de 26 años de espíritu aventurero que
amaba escribir y que decidió unirse a ellos, al menos temporalmente. Se cree
que, tras dejar Malasia, los tres enfilaron hacia Tailandia. Querían llegar
hasta a Bangkok y probablemente, estando en camino, un día de agosto, a causa
de alguna tormenta, el Foxy lady, se vio forzada a entrar en aguas camboyanas.
Era
mal momento para pasar por aquel lugar. El país estaba sumido en un régimen de
terror y, bajo la excusa de instaurar el comunismo, se estaba exterminando a
todo al que osara a levantar la mirada del suelo, o fuera acusado de ello. Una
de las consignas de Pol Pot, líder del régimen revolucionario, era “vale más
matar a un inocente por error que exonerar a un culpable”. Y había que acabar
con las familias también, para que no se vengaran; y con los intelectuales, por
pensar, por saber. En cuatro años que duró su régimen (1975-1979) un cuarto de
la población murió asesinada o como consecuencia de los trabajos forzosos, la
hambruna y enfermedades, puesto que los médicos fueron perseguidos también.
Así,
cuando los Jemeres rojos divisaron una embarcación extranjera, sospechando que
podía tratarse de un barco espía, abrieron fuego y después la abordaron. La
suerte de estos tres amigos quedó sellada. Stuart fue asesinado en el acto. Kerry
y John tuvieron, si cabe, menos suerte y, tras ser capturados, fueron
trasladados a la capital, Phnom Penh, a la prisión S-21, un eufemismo para
denominar aquel centro de ejecución, uno de los al menos 150 que existían en la
época.
Y al
frente de aquel lugar, antaño una
escuela, se hallaba el Camarada Duch. Este hombre, sumamente brillante en el
plano académico, en su juventud había sido un entregado profesor de matemáticas
en un pequeño pueblo llamado Skoun. Normalmente esto hubiera sido suficiente
para morir bajo el nuevo régimen pero, pese a tal borrón en su historial, tenía
la confianza de Pol Pot y poseía la experiencia requerida para el cargo, pues había
atravesado un calvario similar al que ahora iba a administrar. Hacía años, él
mismo había sufrido torturas y un encarcelamiento injusto por sus ideas comunistas. Puede que fuera durante este periodo cuando le despojaran de toda
humanidad, quizá no supo escapar del cliché de la víctima convertida en
verdugo.
De
lo que no hay duda es de que el camarada dirigía el lugar con puño de hierro y se
encargaba de que sus nuevos “pupilos”, los futuros guardas de prisión, muchas
veces casi niños, seleccionados entre los campesinos “más puros” -sin ningún
vínculo con la burguesía- se prepararan para destrozar la razón a golpes, no
dudaran en aplastar cabezas y aprendieran a arrancarse la piedad del alma tira
a tira. Una vez “convertidos”, aplicaban las técnicas estudiadas sin vacilar,
descargas eléctricas, forzamiento a la ingesta de heces, golpes...pero nada que
comportara la muerte inmediata. El objetivo era causar dolor a los prisioneros
sin “perder maestría”, es decir, sin
acabar con sus vidas, al menos no hasta que confesaran. Después, tras lograr
sus declaraciones, les daban muerte, pero sin malgastar balas, era preferible
emplear métodos más económicos como los cuchillazos, los golpes. Las fotos de
muchos de estos guardas, con sus miradas muertas, se exhiben en la actualidad
en el lugar**. Era extremadamente sencillo caer en desgracia. Hasta 563 de los
trabajadores del S-21 terminaron siendo asesinados por el régimen y, muchos de
ellos, incluso acabarían sus días como prisioneros dentro del propio centro. Al
igual que al menos otros 12.000 camboyanos***
; del mismo modo que Kerry y John. Todos desfilaron por aquel infierno sin
sentido, sin saber muy bien de qué se les acusaba. La mayoría aguantaba un mes,
a lo sumo dos, hasta que, cuando ya no podían más, aceptaban confesar crímenes
inventados para escapar de aquel horror, aunque supieran que la única salida
era la muerte.
Kerry, se sostuvo dos largos meses. Después
decidió confesar, pero, aun sabiendo que iba a morir, fue capaz de mantener una
gran lucidez mental. En sus declaraciones se aprecian toques de agudeza e incluso
de humor: utilizó su escrito para reírse de sus captores y delató como
superiores al Coronel Sanders (de Kentuky Fried Chicken) y al Capitán Pepper, (un
guiño al álbum de los Beatles) Asimismo, salpicó el texto con otras referencias
a la cultura occidental popular de la época, que a los camboyanos se les
escapaban. Y, sobretodo, no olvidó dejar un sutil y tierno mensaje a su madre, Esther,
a la que mencionó como profesora de oratoria (“S. Tarr”)****.Sus últimas
palabras fueron una perfecto salto mortal con el que se elevó hasta un lugar
dónde sus captores no podían llegar, allá donde las luces de la razón brillan.
Por
eso, hoy quiero brindar por él con una “panaché*****” (que soy una blandita). Por
Kerry, porque supo vivir y morir. Por esos días bajo el sol y esas noches que
pasó con sus amigos bebiendo, cantando y nadando en las cálidas aguas de los
mares del Sur de China y Andaman. Espero que tuviera oportunidad de bañarse
contemplando el plancton luminiscente.
*Significa
algo así como “lady sexy”.
**
La prisión s-21 ahora alberga un museo para preservar la memoria histórica.
***(algunos
de los ex-carceleros dicen que la cifra se eleva a 30.000
****
S. Tarr se pronuncia de modo muy similar o idéntico a Esther
***** Cerveza con limón, lo que se dice una shandy, una pika, una clara, o incluso "champú" si hablas francés raro del sur de la France.