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jueves, 1 de diciembre de 2016

Crónicas mosquiteras 8

Martes

A pesar de haber aplastado al asesino de 6 patas, el portador de muerte y destrucción, el anófeles Mefistófeles, no consigo volver a dormir. Me sobra tiempo y haciendo bastante esfuerzo mental, me calzo las zapatillas de correr y vuelvo al circuito de hace dos días. Hoy no está el guarda de los calcetines rotos. Hoy, tampoco me preocupan los mosquitos, solamente el mosquito interior: Los cientos y cientos de escenarios en los que la malaria podría afectarme una vez haya vuelto. Escenarios como en el teatro, como en una película. Náuseas en un avión de París a Beijing. Fiebre estando solo en un hotel. Etc etc. Termino, me ducho y vuelvo a las oficinas, a esperar la reunión de la tarde. Hoy, mis tres compañeros de mesa están especialmente fumadores, y yo especialmente irritable, pero soy una nube. Una nube, un cumulonimbo lleno de partículas de agua que se rozan y rozan hasta generar rayos cósmicos que fríen a mis queridos amiguitos dejándolos solamente en tres esqueletos con un cigarro en sus huesudas manos.

Comemos lo mismo de siempre.


Ya entrada la tarde comenzamos la reunión en la que nos dan a conocer las decisiones del comité de expertos, que me da la impresión de que poca gente en la sala sabe quiénes son, y desde luego yo no. Digamos que todos los esfuerzos de los días anteriores al final han sido fútiles, pero yo me agarro a lo que he aprendido y sobre todo lo que va a ayudar a los ingenieros de mi equipo, aun sin las suficientes cicatrices internacionales, a aprender a moverse mejor en estas turbulentas aguas. Pese a todo, y aunque está claro que la decisión del comité es final e inamovible, nos pasamos horas allí observando como otras dos partes implicadas en el proyecto discuten sobre firmar o no las minutas de la reunión. Dan las seis, las siete, las ocho. Mr. J está en estado semi-comatoso con el catarro que se ha traído de China en plena efervescencia. Le comento si ya ha bebido suficiente agua caliente. A estas alturas ya no sé si le estoy recomendando este infalible método chino para curar todos los males en broma o en serio, al fin y al cabo lo importante es creérselo. Obviamente Mr. J me dice muy serio que sí, que está bebiendo mucho agua caliente. Saca de su mochila un frasco de líquido verde y se rocía las pantorrillas con él: es el antimosquitos natural chino, que siempre nos regala la empresa (como creo que hacen básicamente todas las empresas de la región) antes del verano, y que yo siempre he encontrado inútil. Y es que los mosquitos han aparecido después del anochecer y la sala está repleta. La mayoría de los participantes, de todas nacionalidades, parecen no prestar la más mínima atención a los bichejos volantes, solamente la ingeniera que ha venido a ayudar en la traducción intenta de vez en cuando matar a alguno de una sonora palmada, y tiene cara de agobio. Me mira y sonríe nerviosa. Le paso mi antimosquitos y me lo arranca de las manos para frotarse los brazos (va en manga corta, como todo el mundo aquí, y pienso si yo soy el único que se ha leído todas las medidas preventivas que Google te ofrece en los diez primeros resultados de la búsqueda “Mosquitos Malaria”, pero es evidente que sí) y la nuca. Seguimos allí horas hasta que, agotados, y sin que nadie haya firmado nada, nos vamos. Durante todo este rato me he dado cuenta de que mi miedo a la malaria se ha evaporado. Ver a todo el mundo allí rodeado de vectores de enfermedad, despreocupados, o algo angustiados pero sin realmente hacer nada por no ser picados, consigue que mi cerebro se de cuenta de que, o bien me he estado preocupando por nada, o bien nos moriremos todos de malaria, pero al menos no me iré solo como un gilipollas. Y constato que el dolor de cabeza también ha desaparecido. Ceno con una sonrisa en los labios. La Tsing Tao sabe a gloria.

Firmado con sangre de mosquito: El col-chino

sábado, 26 de noviembre de 2016

Crónicas Mosquiteras 7

Lunes

Hoy desayuno una lata de café. Me siento mejor, pero sigo teniendo un molesto dolorcillo de cabeza, así que no es el que café sea salvador, y el ruido de fondo molesto e indefinido continúa. Ayer Mr. J, mientras caminábamos por el parque alrededor del hotel, me volvió a contar la historia del chino que fue comido por un hipopótamo. Aparentemente fue un día lluvioso, justo en la zona de la gasolinera del campamento, mientras estaba con otro compañero: vieron el mastodonte y le pareció apropiado acercarse a sacarse una foto. Tengo chiste sobre muertes por selfie, sobre el tragabolas, pero estamos hablando de una persona muerta, aunque solo sea un desconocido, un número, un uno y luego un cero si nos abstraemos del todo, así que por esta vez me abstendré*.

Tras el desayuno, más reuniones. Reuniones, reuniones, reuniones inútiles, esta vez con consultores adicionales de otras nacionalidades. Le comento a nuestra niñera, ya por la tarde, que me gustaría probar algo de comida local, así que me lleva de la mano al despacho de un grupo de ingenieros del cliente local y les pide que me inviten a su campamento a cenar, cosa que hacen encantados. Voy con uno de ellos, hablamos un rato de camino al campamento 2 mientras pienso en si habrá hipopótamos apostados detrás de los arbustos sacándose los paluegos con ramas afiladas estilo palillo, pensando en si seré suficiente para la merienda. Le pregunto dos o tres veces a mi acompañante su nombre, intrigado. Constato que he oído bien. Se llama Robot. Mr. Robot. Es ingeniero civil y no habla con Christian Slater, que yo sepa. Llegamos por fin al campo de segunda y probamos las delicias locales, pero casualidad hoy han hecho cena estilo occidental: Costillas y patatas fritas. En cualquier caso, se agradece el cambio. Volvemos a nuestro hogar vallado y le pido a la niñera que por favor me acerquen de nuevo al súper de la entrada para hacer acopio de más café en lata. De camino a dicho supermercado se pasa justo a un poblado de chabolas, que está dentro del propio recinto. Si no hubiera visto construcciones parecidas en otros lugares de este país pensaría que se trata de alguna especie de réplica de un típico pueblo africano para deleitar a mis amigos orientales, con sus chozas de barro circulares coronadas por el techado de paja cónico. Pero allí vive gente, sentada fuera, haciendo la colada, mirando sus móviles mientras los cargan con un panel solar portátil, o bien habiéndolo recargado anteriormente en la peluquería. Vuelvo  a mi chamizo con cuatro latas de café. Ritual de purga y protección. Rezar al Dios de los antimosquitos. Dormir como un bebé.

Me despierto a eso de las 5 de la mañana y, oh Dios por qué me has abandonado, escucho un mosquito zumbando alrededor de mi cabeza. Salto de la cama y me pica todo. Malditas mosquiteras de calidad china. Me paso un rato intentando localizar al insecto del demonio hasta que por fin lo veo paseando despacito por el pie de la cama. Lo aplasto de un certero golpe de kindle. Hay un modo de vida resumido en esa frase: Matar mosquitos con un kindle. Lo observo detenidamente y no veo rastro de sangre y me quedo infinitesimalmente más tranquilo. Mando wassaps a todo el universo conocido en busca de apoyo moral y el universo se ríe de mi, con razón. Mi mujer también.

* Días después, se moriría Rita Barberá

martes, 15 de noviembre de 2016

Crónicas mosquiteras 4

Sábado

Hoy también se trabaja. Hay noodles para desayunar, pero solo como pickles y huevo, y un trozo de pan, por cambiar. Dieta equilibrada. Sigue queriéndome doler la cabeza, y me tomo una aspirina que me ha dado uno de los compañeros, una ingeniera que ha venido para apoyar a uno de ellos en la traducción al inglés, pero que no entiende nunca nada, pero tiene mucha imaginación y siempre interpreta algo completamente diferente a lo que le has dicho. Es todo tesón y sonrisas, y la verdad es que no tiene que ser muy cómodo estar rodeada de hombres en un campamento en medio de la sabana durante días. Lo cierto es que también hay otras mujeres, pero básicamente son camareras o limpiadoras locales, que se mueven despacio y con gesto adusto, excepto cuando se ponen música y cantan. Solemos comer y cenar Mr. J y yo junto con los jefes del cliente en un salón aparte, lo que me hace sentir bastante mal. Hoy he desayunado en el comedor común, con los dos cuencos y los palillos que te dan al llegar (que probablemente han sido usados por la misma persona con potenciales hábitos antihigiénicos de las chancletas, y quizás con las mismas extremidades de su cuerpo), por vergüenza torera. En ese salón aparte siempre está una camarera, que imagino que coloca los platos antes de que lleguemos, sentada esperando. Siempre en la misma silla unos metros más allá. Siempre mirando en nuestra dirección pero sin vernos, con las manos apoyadas en las rodillas. Con su peinado extravagante y puntiagudo, como la nube de cenizas de un volcán negro. Quieta e impertérrita durante toda la comida, excepto si alguien saca un cigarrillo, momento en el que se levanta, saca un par de ceniceros, y vuelve a su sitio. A veces Mr. J, después de comer o cenar, se queda sentado en una mecedora que hay fuera de la cantina junto a algunas de las camareras a charlar en el típico inglés roto con su sonrisilla de ratón. Seguro que es algo totalmente inocente e inocuo, pero yo solo puedo pensar en que en la baño de la oficina hay una armarito que pone “Condoms for Men” en un papel escrito a mano pegado con celo en la puerta.

La reunión de la mañana es una nueva pérdida de tiempo. Aprovecho para responder e-mails atrasados. Llamo a mi mujer para compartir mi preocupación por el dolor de cabeza, y le cuento que estoy pensando que puede ser por síndrome de abstinencia del café, y ella está de acuerdo. Me dice que intente buscar café pero le respondo que me da miedo tomar y que no se me pase. La clásica lógica absurda del hipocondriaco. Salimos a cenar y vuelvo a dudar si calzarme los pantalones cortos y correr, pero ya sabemos a estas alturas como funciona mi cabeza. Mañana iremos a un mercado y a un parque natural que está aquí cerca. Mr. J me dice que igual podemos ver elefantes y jirafas, y los temidos hipopótamos. No sabe el nombre en inglés de ninguno de ellos, pero es fácil interpretar la descripción. Le vuelvo a intentar enseñar a decir hippopotamus, pero le salen cosas parecidas a pilutamos, hipulos, etc (lo mismo que me pasa a mí cuando intento pronunciar muebles de Ikea). No sé si habrá tigres* en el parque, pero si los hubiera mejor quedarse lejos y no salir del coche, con el incidente de hace unos pocos meses en China y las imágenes aún vivas en la mente.

Antes de dormir, sigo mi ritual, el equivalente a arrodillarse en la cama y rezarle al niño Jesús. Me desvisto, me rocío de antimosquitos, echo insecticida en la puerta y la ventana pongo el móvil, el ordenador, el kindle, la botella de agua, el antimosquitos y el mando del aire acondicionado  sobre el colchón y cierro la mosquitera. Echo una partida al Minimetro. Juego a conectar estaciones de grandes urbes reducidas a un plano en blanco y azul, me imagino que los circulitos y cuadraditos son personas, supongo que me reconforta.


* Hablando con mi padre por Skype me echa la bronca por poder pensar que haya tigres en África. Hombre de asfalto, no dejan de ser gatos grandes con peor despertar de la siesta.

Escritizado por: El col-chino