martes, 15 de noviembre de 2016

Crónicas mosquiteras 4

Sábado

Hoy también se trabaja. Hay noodles para desayunar, pero solo como pickles y huevo, y un trozo de pan, por cambiar. Dieta equilibrada. Sigue queriéndome doler la cabeza, y me tomo una aspirina que me ha dado uno de los compañeros, una ingeniera que ha venido para apoyar a uno de ellos en la traducción al inglés, pero que no entiende nunca nada, pero tiene mucha imaginación y siempre interpreta algo completamente diferente a lo que le has dicho. Es todo tesón y sonrisas, y la verdad es que no tiene que ser muy cómodo estar rodeada de hombres en un campamento en medio de la sabana durante días. Lo cierto es que también hay otras mujeres, pero básicamente son camareras o limpiadoras locales, que se mueven despacio y con gesto adusto, excepto cuando se ponen música y cantan. Solemos comer y cenar Mr. J y yo junto con los jefes del cliente en un salón aparte, lo que me hace sentir bastante mal. Hoy he desayunado en el comedor común, con los dos cuencos y los palillos que te dan al llegar (que probablemente han sido usados por la misma persona con potenciales hábitos antihigiénicos de las chancletas, y quizás con las mismas extremidades de su cuerpo), por vergüenza torera. En ese salón aparte siempre está una camarera, que imagino que coloca los platos antes de que lleguemos, sentada esperando. Siempre en la misma silla unos metros más allá. Siempre mirando en nuestra dirección pero sin vernos, con las manos apoyadas en las rodillas. Con su peinado extravagante y puntiagudo, como la nube de cenizas de un volcán negro. Quieta e impertérrita durante toda la comida, excepto si alguien saca un cigarrillo, momento en el que se levanta, saca un par de ceniceros, y vuelve a su sitio. A veces Mr. J, después de comer o cenar, se queda sentado en una mecedora que hay fuera de la cantina junto a algunas de las camareras a charlar en el típico inglés roto con su sonrisilla de ratón. Seguro que es algo totalmente inocente e inocuo, pero yo solo puedo pensar en que en la baño de la oficina hay una armarito que pone “Condoms for Men” en un papel escrito a mano pegado con celo en la puerta.

La reunión de la mañana es una nueva pérdida de tiempo. Aprovecho para responder e-mails atrasados. Llamo a mi mujer para compartir mi preocupación por el dolor de cabeza, y le cuento que estoy pensando que puede ser por síndrome de abstinencia del café, y ella está de acuerdo. Me dice que intente buscar café pero le respondo que me da miedo tomar y que no se me pase. La clásica lógica absurda del hipocondriaco. Salimos a cenar y vuelvo a dudar si calzarme los pantalones cortos y correr, pero ya sabemos a estas alturas como funciona mi cabeza. Mañana iremos a un mercado y a un parque natural que está aquí cerca. Mr. J me dice que igual podemos ver elefantes y jirafas, y los temidos hipopótamos. No sabe el nombre en inglés de ninguno de ellos, pero es fácil interpretar la descripción. Le vuelvo a intentar enseñar a decir hippopotamus, pero le salen cosas parecidas a pilutamos, hipulos, etc (lo mismo que me pasa a mí cuando intento pronunciar muebles de Ikea). No sé si habrá tigres* en el parque, pero si los hubiera mejor quedarse lejos y no salir del coche, con el incidente de hace unos pocos meses en China y las imágenes aún vivas en la mente.

Antes de dormir, sigo mi ritual, el equivalente a arrodillarse en la cama y rezarle al niño Jesús. Me desvisto, me rocío de antimosquitos, echo insecticida en la puerta y la ventana pongo el móvil, el ordenador, el kindle, la botella de agua, el antimosquitos y el mando del aire acondicionado  sobre el colchón y cierro la mosquitera. Echo una partida al Minimetro. Juego a conectar estaciones de grandes urbes reducidas a un plano en blanco y azul, me imagino que los circulitos y cuadraditos son personas, supongo que me reconforta.


* Hablando con mi padre por Skype me echa la bronca por poder pensar que haya tigres en África. Hombre de asfalto, no dejan de ser gatos grandes con peor despertar de la siesta.

Escritizado por: El col-chino

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