martes, 8 de noviembre de 2016

Crónicas mosquiteras 2


Jueves

Me despierto tras haber dormido como un tronco en esta cama con mosquitera. Me despierto al lado del ordenador, del kindle, de la botella de agua, del mando del aire acondicionado y del bote de antimosquitos, al que probablemente me haya abrazado durante la noche. Me siento también un poco incómodo, porque o bien en este país tienen el mismo placer por dormir sobre tablas de planchar que mis queridos chinos, o el colchón también ha sido importado. Me pongo las chanclas, que vaya usted a saber que hábitos higiénicos tenía la persona que las ha podido usar antes, habiendo hecho el balance mental entre pillar un papiloma que hable putonghua o arriesgarme a posar el pie en el baño de mi habitación, del que lo mejor que tengo que decir es que huele a pis. Y efectivamente constato que las chanclas, al igual que el champú y el gel, también son importados. Termino la ducha con bastante rapidez y vuelvo a rociarme y a ponerme la ropa, con pantalones y manga larga. Voy al desayuno. Noodles y pickles, y huevos duros. Y glutamato. Me paso con el ajo para que me repita durante todo el día pero así mismo para mimetizarme mejor con el entorno. Estoy en mi salsa.

Empezamos la reunión con el consultor del cliente, proveniente de la ya mencionada nación indeterminada, y nos pasamos todo el día únicamente y exclusivamente intentando entendernos. La nación indeterminada con los chinos, y yo con mi equipo y con Mr. J, cuyo nivel de inglés sigue a nivel B1 pese a que lo intentan con ganas. En el fondo he venido para eso, para intentar ayudar con la comunicación, y también para intentar hacer de persona neutral entre diferentes nacionalidades y dar empaque a lo que les tenemos que contar: Tampoco puedo ayudar mucho, ya que al final muchas de las decisiones no dependen de nadie que esté en la sala de reuniones, sino el cliente final, que no ha aparecido.

Ya por la noche, en la cena, con las misma TsingTao, los mismos pickles y el tofu picante, mis compañeros y nuestro cliente  comienzan a quejarse amargamente de lo difícil que es hacer negocios en ese país, que en Ghana había menos corrupción. Recuerdo otras conversaciones en las que se suele clasificar, sin ironía, la corrupción en dos sacos, la buena, la china, la que es pro-negocio, y la mala, la africana, porque solo busca joder. Espero que todo este apoyo a las infraestructuras que mis amigos están haciendo en el continente no termine en tensiones estilo colonial, porque desafortunadamente aún hay mucho racismo latente. Pero al menos casi todos los proyectos buscan sacar tajada a base de desarrollar las infraestructuras del país, tratar de sacarlo adelante, el win-win que Xi Jinping ha hecho suyo, así que puede que vaya bien, a no ser que la fabrica de imprimir yuanes para tapar agujeros se atasque un día de estos.


Vuelta a la oscura habitación. Me lavo los dientes con la clásica pasta de dientes (importada) de sabor repugnante, pero que en cualquier caso es mucho mejor que el olor del baño, el cual, me doy cuenta, no sale del inodoro, sino del suelo alrededor de éste, probablemente pegajoso y en dura competición con el suelo de las esquinas de Pamplona en los Sanfermines por el premio a mayor contenido en ácido úrico. Intento pasarle agua de la ducha (porque este es uno de esos baños todo en uno, donde puedes lavarte las manos, sentarte en el trono y aclárate el champú de la cabeza al mismo tiempo sin levantarte de la taza. Pero aquello no parece irse. Le hecho un buen chorrazo de gel (importado) para que luchen a muerte y cierro la puerta detrás de mí. Que Dios imparta suerte.
Autor: El Col Chino

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