Domingo (1)
Hoy
ya no desayuno. Es la evolución lógica
de mis desayunos menguantes, y del aburrimiento. Me he despertado a las seis y
media y he dudado un rato sobre si salir a correr, he observado la luz a través
de las cortinas y he sopesado unos minutos si ese momento de la mañana se
considera parte del amanecer, en el que supuestamente los anófeles están más
activos, o bien podría pasar como parte del
día. Ante la duda, me abrazo al antimosquitos y duermo una hora más. Me monto
en la furgoneta con mis compañeros, sí, chinos, para la visita al mercado.
Salimos del recinto del campamento y de la propia obra, y justo en la puerta de
salida paramos delante de un edificio que resulta ser un supermercado enorme.
Chino. Lleno de productos chinos (¿he mencionado algo sobre China en este blog
alguna vez?). Entramos a comprar agua y pipas y yo busco algo de café, aunque
sea las latas frías que suelen vender en las convenience store de mi pueblo (Tianjin, por si no se sabe), pero
no encuentro ninguna en los frigoríficos. En una esquina, sin embargo, localizo
latas de café local. Compro cuatro. De camino al mercado me tomo dos. Se me
pasa el dolor de cabeza. Llegamos al pueblo más cercano, que está compuesto por
casas de un piso de cemento malo, o bien adobe, a lo largo de la carretera. Hay
cuatro puestos maltrechos vendiendo carne asada y pinchos morunos, y cuando
paramos unas cuantas mujeres vienen a intentar vendernos mandarinas. Esto es el
famoso mercado. Uno de los chinos intenta explicarle al conductor que quiere
miel, honey (joni, jonibi), hasta que después de tratar de repetirlo diez veces
(literalmente), le entiende y señala uno de los chamizos detrás de uno de los
puestos de carne reseca*. Mis amigos se apelotonan alrededor de la caseta y yo
aprovecho para sacar fotos; a la basura, a las gallinas andando entre la basura
de la cuneta, a las mandarinas, a la carretera. Terminan de regatear y vuelven
con unos bidones pequeñitos que podrían ser la gasolina para un camión en
miniatura pero supuestamente es miel. Ni quiero saber miel de qué ente orgánico
o inorgánico, ni pienso comer nada dulce en el campamento en lo que queda de
estancia. Volvemos a la furgoneta.
Entramos
en el parque natural y recorremos unos cuantos kilómetros por una pista, con
ese color apabullantemente arcilloso que tiene la tierra aquí, rodeados de
vegetación, algún mono de vez en cuando, y de repente jirafas. Vistas de cerca
en movimiento hay algo extraño, alienígena, en ellas, con un diseño
estrafalario e inútil, bobino pero a la vez hipnótico. Sacamos fotos desde
dentro de la furgoneta, supongo que gracias al incidente del Rioleón chino con
el tigre que mencioné antes, porque si no mis compañeros son muy de bajar y
darles pipas. Arrancamos, y mis paisanos, además de las pipas, comen (y
ofrecen) plátanos. Hay algo malsano en ver ofrecerle un plátano al conductor
negro, pero probablemente sea mi mente. No, con toda seguridad es mi mente. Llegamos
al hotel que está dentro del parque. Esperaba que hubiera un centro turístico
de algún tipo ofreciendo excursiones, pero no, solo podemos dar un paseo cerca
del rio, el Nilo. Hay carteles que aconsejan no acercarse por el peligro de los
animales salvajes, pero el rugir (¿O es el hipopotamear?) de los hipopótamos y
la necesidad de sacar fotos pésimas con el móvil hace que mis acompañantes casi
se metan en el agua. Yo tiro fotos de ellos sacando fotos.
Nos
volvemos. Ni siquiera nos quedamos allí, o paramos de camino, para comer algo
local. Hay que volver para saborear Hunan. No vaya a ser que se nos olvide a
que sabe el tofu picante. Por la tarde visitamos la central en construcción.
(*)
Debo aclarar y enfatizar aquí, a medio camino, que las recurrentes referencias
al mal inglés de mis compañeros, sus peculiaridades, sus gargajos, su afición
al ajo, a no acercarse a lo oscuro, son signos de veneración. Y siempre van
acompañados de amabilidad, practicidad y
sencillez en el mejor de los sentidos.
Esta aclaración probablemente consiga que parezca condescendiente y aún más
idiota, pero todos saben que ya estoy echando de menos China.
Autor: El Col-Chino
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