viernes, 18 de noviembre de 2016

Crónicas mosquiteras 5

Domingo (1)

Hoy ya no desayuno. Es  la evolución lógica de mis desayunos menguantes, y del aburrimiento. Me he despertado a las seis y media y he dudado un rato sobre si salir a correr, he observado la luz a través de las cortinas y he sopesado unos minutos si ese momento de la mañana se considera parte del amanecer, en el que supuestamente los anófeles están más activos, o bien  podría pasar como parte del día. Ante la duda, me abrazo al antimosquitos y duermo una hora más. Me monto en la furgoneta con mis compañeros, sí, chinos, para la visita al mercado. Salimos del recinto del campamento y de la propia obra, y justo en la puerta de salida paramos delante de un edificio que resulta ser un supermercado enorme. Chino. Lleno de productos chinos (¿he mencionado algo sobre China en este blog alguna vez?). Entramos a comprar agua y pipas y yo busco algo de café, aunque sea las latas frías que suelen vender en las convenience store de mi pueblo (Tianjin, por si no se sabe), pero no encuentro ninguna en los frigoríficos. En una esquina, sin embargo, localizo latas de café local. Compro cuatro. De camino al mercado me tomo dos. Se me pasa el dolor de cabeza. Llegamos al pueblo más cercano, que está compuesto por casas de un piso de cemento malo, o bien adobe, a lo largo de la carretera. Hay cuatro puestos maltrechos vendiendo carne asada y pinchos morunos, y cuando paramos unas cuantas mujeres vienen a intentar vendernos mandarinas. Esto es el famoso mercado. Uno de los chinos intenta explicarle al conductor que quiere miel, honey (joni, jonibi), hasta que después de tratar de repetirlo diez veces (literalmente), le entiende y señala uno de los chamizos detrás de uno de los puestos de carne reseca*. Mis amigos se apelotonan alrededor de la caseta y yo aprovecho para sacar fotos; a la basura, a las gallinas andando entre la basura de la cuneta, a las mandarinas, a la carretera. Terminan de regatear y vuelven con unos bidones pequeñitos que podrían ser la gasolina para un camión en miniatura pero supuestamente es miel. Ni quiero saber miel de qué ente orgánico o inorgánico, ni pienso comer nada dulce en el campamento en lo que queda de estancia. Volvemos a la furgoneta.

Entramos en el parque natural y recorremos unos cuantos kilómetros por una pista, con ese color apabullantemente arcilloso que tiene la tierra aquí, rodeados de vegetación, algún mono de vez en cuando, y de repente jirafas. Vistas de cerca en movimiento hay algo extraño, alienígena, en ellas, con un diseño estrafalario e inútil, bobino pero a la vez hipnótico. Sacamos fotos desde dentro de la furgoneta, supongo que gracias al incidente del Rioleón chino con el tigre que mencioné antes, porque si no mis compañeros son muy de bajar y darles pipas. Arrancamos, y mis paisanos, además de las pipas, comen (y ofrecen) plátanos. Hay algo malsano en ver ofrecerle un plátano al conductor negro, pero probablemente sea mi mente. No, con toda seguridad es mi mente. Llegamos al hotel que está dentro del parque. Esperaba que hubiera un centro turístico de algún tipo ofreciendo excursiones, pero no, solo podemos dar un paseo cerca del rio, el Nilo. Hay carteles que aconsejan no acercarse por el peligro de los animales salvajes, pero el rugir (¿O es el hipopotamear?) de los hipopótamos y la necesidad de sacar fotos pésimas con el móvil hace que mis acompañantes casi se metan en el agua. Yo tiro fotos de ellos sacando fotos.
Nos volvemos. Ni siquiera nos quedamos allí, o paramos de camino, para comer algo local. Hay que volver para saborear Hunan. No vaya a ser que se nos olvide a que sabe el tofu picante. Por la tarde visitamos la central en construcción.

(*) Debo aclarar y enfatizar aquí, a medio camino, que las recurrentes referencias al mal inglés de mis compañeros, sus peculiaridades, sus gargajos, su afición al ajo, a no acercarse a lo oscuro, son signos de veneración. Y siempre van acompañados  de amabilidad, practicidad y sencillez en  el mejor de los sentidos. Esta aclaración probablemente consiga que parezca condescendiente y aún más idiota, pero todos saben que ya estoy echando de menos China.
Autor: El Col-Chino

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