miércoles, 23 de noviembre de 2016

Crónicas Mosquiteras 6

Domingo (2)

Después de una siesta rociada en antimosquitos nos sentamos en un todoterreno, Mr J,  el acompañante del cliente y servidor, y nos conducen hasta las obras. El acompañante (llamémoslo niñera) del cliente es todo un personaje. En el fondo, esto se puede decir de casi todas las personas que encuentran su vida trabajando en montajes y puestas en servicio durante años lejos de su hogar. En su caso, aparte de ser un poco borde, tiene una risa estúpida que brota a la mínima, sin sentido. Básicamente se ríe de todo menos de los chistes, es la anti-risa. Y nunca entiende lo primero que le dicen, ni lo que digo yo ni tampoco mis compañeros chinos, y siempre hay que repetirlo una segunda vez. Por último, cada vez que comento algo su respuesta siempre es why?, aunque no venga a cuento. El mundo de las muletillas.
Visitamos  la excavación de la casa de máquinas, de tipo caverna, unos kilómetros dentro de las colinas: es exactamente igual que cualquier otra, independiente de lo que hay fuera, ajena a la selva y los animales salvajes, ajena a la temperatura. Solo quiere agua.
Nos acercamos hasta la construcción de la presa, que se está montando donde debería estar el Nilo, pero ahora el rio brama unos cientos de metros más a la derecha, desviado por la ingeniería humana, furioso primigenio, pero frágil y maleable. Hay algo fascinante en el Nilo en esa zona, con ese caudal brutal pasando a toda velocidad. Aunque los chinos no están impresionados; de hecho es un rio pequeño para los estándares hidráulicos del imperio central, acostumbrado al Yangtse.
Volvemos al campamento y en un arrebato de locura me pongo la ropa de correr, me rocío de spray repelente, y me pongo a galopar (des)preocupadamente alrededor de los bloques de edificios por donde la gente suele pasear por la noche (pero ahora, a las cinco y media de la tarde, no hay nadie). Es más largo de lo que creía y, al final, se pueden hacer casi 500 metros por vuelta, pasando por delante de la puerta de entrada secundaria. Allí hay un guarda recostado en una silla que me sonríe y anima cada vez que paso, y yo le saludo marcialmente. Tiene el rifle apoyado junto a la pierna, y los pies sobre otra silla enfrente de sí, mostrando unos calcetines negros que le vienen grandes y están rotos por diferentes sitios.
Por la noche, nuevamente en la oficina para trabajar un rato y aprovechar el wifi, veo que proliferan los mosquitos. Mato un par. Mientras tanto, frente a mí, la niñera mira la pantalla del ordenador con gesto bobino y se rasca la barriga con la camiseta subida hasta los sobacos al más puro estilo pekinés. Cuando se quita las chanclas y pone los pies sobre la mesa para enredarse en las uñas, decido salir de allí. Skypeo un rato en el pasillo con la familia, pero en un momento dado, mientras estoy apoyado en la barandilla de las escaleras, veo otro par de mosquitos rondando cerca de mis manos: salgo huyendo.
Habitación. Ritual de purga y protección. Minimetro. Leer. Dormir. Pero no puedo dormir. Ya sea por jet lag retrasado o porque me he tomado todas las latas de café –menos una- y el cuerpo se había desacostumbrado. O por supuesto porque estoy cayendo en una espiral hipocondriaca. Pero afortunadamente, descubriré después, era el café.

Cincelado por: El Col-chino

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tus comentarios aquí: